Soy del tiempo, de la época en que las reinas del carnaval, devenidas reinas de belleza, eran escogidas por las piernas y las nalgas, luego era la belleza facial. En mi pueblo salió La Coreana, una mulata hija de un coreano y una negra, que fue un verdadero escandalo social. La Coreana tenía 22 años. Caminaba como un caldero de harina en ebullición nalga arriba, nalga abajo. Su ropa de hija del campo para presentarse en el concurso fue una camiseta verde olivo, que el hermano recibio en el Servicio Militar Obligatorio. La tiñeron en la lavandería de los chinos de negro y Roberto el escultor, otro hijo célebre de mi pueblo, le pinto un bello ramito de flores en el cuadrante inferior derecho. Un escandalo. en mini vestido mas espectacular que jamas se vió en mi pueblo.
La Coreana subio al palco con su número 11 y el público presente, léase los hombres, aguantaron la respiracion, cuando ella subió como una diosa, con su contoneo coqueto, casi telúrico.
Nunca hubo dudas. La Coreana era la reina. Cuando fue coronada, subida en la carroza, bailando una conga que los rumberos de mi pueblo hicieron en su honor:
“La Coreana, sí, sí, La Coreana”
Y ella sonriendo, desde lo alto, seminegra, semi asiatica, premiando a sus admiradores con serpentina y confetis.
Luego suprimieron estos Carnavales. Se redujeron a las Pipas de acero cargadas con ese bebraje impreciso llamado cerveza. Borrachera, olor a orine, tumulto y pan con lechón. Alguna escena de celos, algún tarro descubierto, algun machetazo para animar y condimentar la “diversión“